Noah espera. Sentado al borde de la cama, con el torso desnudo y los vaqueros medio desabrochados, su pie golpea nerviosamente el suelo de madera. La pantalla de su teléfono se ilumina: Llegado.
Levanta la cabeza hacia la puerta entreabierta. Ya oye los pasos pesados en el pasillo, el eco de unas suelas gruesas sobre el mármol del vestíbulo. El ascensor ha sido rápido, o quizás el otro ha subido con prisa, ardiendo en una urgencia que le arranca una sonrisa.
El ritmo en su pecho se acelera cuando la manija gira. La puerta se abre sin cuidado. No necesita alzar la vista para saber que es él.
Aaron.
Está ahí, imponente, su silueta recortada en el marco de la puerta, los hombros anchos marcados por una sudadera negra, la capucha caída sobre un corte de cabello oscuro y corto, afeitado a los lados. Una mirada directa. Mandíbula tensa, barba incipiente. Una presencia que ya domina el espacio.
— ¿Esperabas a alguien más?
La voz grave, áspera, hace vibrar el aire entre los dos. Noah niega con la cabeza, su sonrisa ladeada delata la excitación que lo atraviesa. Aaron cierra la puerta tras de sí y echa el cerrojo con un gesto seco.
La electricidad entre ellos es inmediata.

Aaron se acerca lentamente, con el andar felino de un hombre que ya sabe que va a tomar lo que quiere. Noah no se mueve, juega a provocarlo, dejándolo imponerse, invadirlo con su cuerpo, con su olor.
— De pie.
Noah obedece sin decir una palabra, su pecho roza la tela áspera de la sudadera de Aaron, sus pezones duros perciben el tejido como una quemadura helada. El otro apoya una mano ancha en su cadera, lo agarra con fuerza, los dedos hundiéndose en su carne.
Entonces lo besa.
No es un beso tierno. Es una toma de poder. Los labios de Aaron se estrellan contra los de Noah, su lengua se impone, toma posesión, explora con una intensidad brutal. Noah gime contra esa boca exigente, siente cómo lo empuja contra la pared, esa mano firme que lo mantiene en su sitio, su aliento corto rozando su mejilla.
Las manos se desbocan. Noah agarra la capucha, tira de Aaron aún más hacia él, sus dedos se cuelan bajo la sudadera, encuentran el calor crudo de un torso tenso, cubierto por una fina capa de vello oscuro. Su vientre es firme, marcado, su piel arde bajo sus palmas hambrientas.
Aaron gruñe al sentir las uñas recorrerle los abdominales. Rompe el beso y le arranca los vaqueros de un tirón brutal. Noah se arquea contra la pared, expuesto, los labios entreabiertos, el aliento entrecortado.
El otro le pasa una mano por el bajo vientre, lo acaricia apenas, lo justo para arrancarle un suspiro frustrado. Quiere hacerlo esperar.
— Tienes ganas, ¿eh?
Noah asiente. Tiene ganas, más que eso.
Noah sigue de pie contra la pared, su torso estremecido por el contacto áspero de Aaron. El aire entre ellos es denso, cargado de esa tensión animal que precede a la explosión.
Aaron lo escanea, su mirada oscura deslizándose por la línea marcada de los abdominales, la curva de sus clavículas, la tensión en su mandíbula. Noah respira con dificultad, los labios húmedos por un beso que aún arde.
Con un gesto lento, Aaron le toma el mentón entre los dedos, ejerciendo una presión lo bastante firme como para obligarlo a levantar la mirada hacia él.
— Abre la boca.
Noah obedece. Aaron deja escapar una mueca antes de deslizar dos dedos sobre sus labios. Los empuja lentamente, siente el calor de su lengua, la humedad que los envuelve. Noah los chupa, hunde las mejillas, su saliva escurre por los nudillos gruesos. No aparta la mirada de Aaron, provocador y suplicante al mismo tiempo.
Un gruñido grave escapa de la garganta del otro. Su otra mano agarra la nuca de Noah y lo arrastra bruscamente hacia él. Sus cuerpos chocan, calor contra calor, músculos tensos.
— De rodillas.
Noah obedece, lentamente, sin romper el contacto visual. Aaron se incorpora un poco, desabrocha sus vaqueros, el bóxer cae con el mismo movimiento. La visión es brutal, hipnótica. Está duro, imponente, palpitante de deseo.
— Ahora haz lo que tienes que hacer.
Noah se humedece los labios y se inclina.

Aaron cierra los ojos un instante, deja que la sensación lo invada: los labios húmedos, la lengua ardiente que se desliza, que explora, que chupa con esa misma furia animal. Su mano se ancla en la melena de Noah, sus dedos aprietan la nuca, acompañan el ritmo.
— Más fuerte.
Noah no necesita que se lo repitan. Acelera, hunde las mejillas, su garganta se abre para recibir cada pulsación de Aaron. Lo quiere entero, quiere sentirlo vibrar con cada movimiento.
Aaron gruñe, los músculos de su abdomen se contraen, un escalofrío salvaje le recorre la espalda. Sus caderas avanzan, lo obliga a tomarlo todo, a someterse al ritmo que él impone.
La saliva corre por el mentón de Noah, su aliento es corto, su propio deseo al borde del estallido. Está febril, perdido en el éxtasis de lo que entrega, de lo que recibe a cambio.
— Joder…
Aaron se detiene en seco. Agarra a Noah por los hombros y lo levanta de un tirón. Su mirada arde, una chispa peligrosa brillando en el fondo de sus pupilas.
Lo lanza sobre la cama, se deja caer sobre él con todo su peso, lo bloquea debajo, piel contra piel, una mano de hierro apretando su garganta.
— El que decide cuándo se acaba, soy yo.
Noah tiembla. Le encanta.
Aaron ya no intenta contener nada. Noah está debajo de él, jadeando, temblando de anticipación, los ojos entrecerrados, las muñecas firmemente atrapadas en las manos poderosas de Aaron. La atmósfera está cargada, saturada de electricidad pura, esa tensión que precede a la tormenta.
Un escalofrío recorre a Noah cuando Aaron suelta una de sus manos para deslizar dos dedos por su nuca, bajando lentamente por la curva de su espalda. Siente la piel ardiendo bajo su palma, la carne estremeciéndose al contacto. Deja que sus dedos rocen, provoquen, hasta que Noah no puede seguir quieto, un gemido ronco escapando de sus labios.
— Mírame —murmura Aaron.
Noah alza los ojos, su aliento entrecortado, las pupilas dilatadas por la excitación. Aaron lo observa un instante, saboreando esa sumisión teñida de desafío. Luego, con un gesto brusco, lo voltea, presiona su pecho contra el colchón, sus dedos apretándose contra su cintura.
Lo quiere ahora.
Y cuando lo toma, es con un hambre incontrolable, una brutalidad que hace golpear la cama contra la pared. Noah sofoca un grito, sus dedos se aferran a las sábanas, todo su cuerpo tenso ante cada embestida. Aaron lo posee sin freno, lo ancla contra sí con cada movimiento, su aliento ardiente en la nuca expuesta.
— Me perteneces —gruñe entre dientes, su mano aplastándose contra la cadera de Noah para impedirle escapar de lo que le da.
Noah arquea la espalda bajo él, el placer mezclado con el dolor arrancándole un gemido más profundo. Lo siente por todas partes, en cada músculo, cada nervio, cada escalofrío que le desgarra la piel.
Aaron acelera, se entrega al vértigo del momento, su cuerpo esculpido tensándose al máximo con el esfuerzo. Noah ya no puede pensar, solo sentir, solo dejarse arrastrar por esta tormenta que amenaza con tragarlos a los dos.

Aaron ya no tiene nada de amante tierno. Es un animal, un depredador que se adueña de su presa con una brutalidad asumida. Noah está debajo de él, cubierto de sudor, su cuerpo poderoso aplastado contra el colchón, los muslos abiertos para recibirlo una y otra vez. Ya no tiene voz, solo jadeos rotos, gritos ahogados, a medio camino entre el dolor y el éxtasis.
La cama cruje bajo ellos, cada embestida de Aaron la hace temblar, golpear la pared con un ritmo infernal. Su pecho empapado brilla bajo la luz tenue, los músculos de su espalda se tensan con cada impulso. Lo taladra sin tregua, sus caderas chocan con una fuerza que hace sonar la piel contra la piel, dejando marcas rojas sobre la carne ofrecida de Noah.
Aaron hunde los dedos en su cabello, tira bruscamente de su cabeza hacia atrás para obligarlo a ofrecerle la garganta. La muerde, la lame, gruñe contra la piel marcada.
— Mírame cuando te corras —le ordena con voz ronca.
Noah lo intenta, los párpados pesados, las pupilas dilatadas por la entrega. Pero ya no le queda fuerza.
Entonces Aaron lo toma de otra forma. Lo gira, se sienta sobre sus talones, le agarra las caderas como se agarra algo que se posee. Casi lo levanta, lo empala aún más profundo, lo obliga a sentirlo todo, hasta los huesos.
— Joder —gruñe—, ¿eso es lo que querías?
Noah no responde. Su cuerpo habla por él. Tiembla, se entrega, sus abdominales se tensan bajo la oleada que está a punto de arrasarlo. Aaron lo siente. Quiere hacerlo explotar en sus brazos, hacerlo gritar debajo de él.
Lo golpea más fuerte, con más brutalidad. Su mano baja entre los dos, agarra, aprieta, da ese toque final que lanza a Noah en un grito ronco. Sus músculos se contraen alrededor de Aaron en un abrazo salvaje que le arranca un gruñido animal.
Es demasiado. Es ahora.
Aaron clava los dientes en su hombro, gruñe, lo deja todo en un gemido potente, salvaje, dominante. Se descarga en él en un espasmo brutal, hundiendo los dedos en la carne marcada, imponiéndose hasta el último segundo.
Se derrumban en un caos ardiente.
Noah ya no se mueve. Su cuerpo es un trapo, su pecho apenas se alza bajo la respiración errática de Aaron, aún pegado a él, posesivo incluso después del asalto. El aire huele a sudor, a sexo, a machos saciados. Una firma animal.
Aaron se incorpora ligeramente, su mirada recorriendo a Noah, las marcas sobre su piel, su torso inflado brillando bajo la luz de la lámpara. Pasa una mano por su propio pecho empapado, baja hasta su vientre donde aún brillan algunas gotas. Le gusta esa imagen. Le gusta lo que ha hecho de él.
Desliza una mano en la nuca de Noah, le agarra el cabello, lo atrae hacia sí, fuerza sus bocas a encontrarse de nuevo. No es solo un beso, es una toma de poder, un recordatorio silencioso: eres mío.
— Eres un maldito buen perro guardián —gruñe contra sus labios.
Noah esboza una sonrisa, exhausto pero satisfecho.
— Tú también —murmura, pasando una mano por su pecho musculoso, siguiendo la línea de sus abdominales, bajando aún más, tanteando si queda algo bajo la carcasa del alfa.
Aaron suelta una carcajada, le agarra la muñeca, lo aplasta contra el colchón.
— ¿No has tenido suficiente?
Le muerde el cuello, desliza los dientes por la piel aún marcada, presiona su cuerpo macizo contra el suyo.
Noah gruñe bajo él. Ya sabe que esta noche no van a dormir.
